En nuestra sociedad las exigencias a las mujeres cada vez son mayores y empiezan desde nuestra infancia. Cuando una niña tenía que jugar pero no mancharse, saber hacer muchos deportes sin dejar de ser delicada, tener buenas notas académicas y saber hacer todas las labores del hogar perfectamente, y desde bien pequeñas, convirtiéndose así en la “niña perfecta” que todos esperan.
Conforme han pasado los años, esa exigencia se ha trasladado a nuestras relaciones de pareja donde debemos adquirir el papel de “perfecta esposa”. Sencilla pero arreglada, con independencia económica, con su propio trabajo, que debe llevar la casa sola y sin olvidar los estereotipos físicos marcados de lo que es un buen cuerpo, donde si no tienes unas medidas como las mujeres que muestran los anuncios te conviertes en una mujer de segunda.
Y ahora viene lo interesante, ¡cuando llega el bebé! Una decisión libre y consensuada, llena de buenos propósitos y ayuda incondicional por parte del padre y de la familia. Pero conforme el bebé va creciendo en nuestro interior la responsabilidad va aumentando para nosotras: no comas esto, no bebas lo otro, no hagas estas cosas, etc. Todo el mundo dice que estar embarazada no es estar enferma pero se empeñan en tratarnos como tal. Junto a los cambios hormonales se acompañan los cambios físicos, el cuerpo de la mujer se hincha y se deforma poco a poco, y aún así tenemos que seguir siendo “perfectas” a pesar del cansancio, de sentir las piernas como las de un elefante y otros muchos síntomas. No podemos bajar la guardia ni un minuto y debemos permanecer al pie del cañón.
¿Y después del nacimiento?, el postparto se convierte en la etapa más dura y difícil. A los dolores y esfuerzos del parto, los cambios en tu figura y en tu cuerpo, se unen una estampida de hormonas, dudas y miedos donde te sientes sola. Por mucha gente que tengas a tu alrededor el recién nacido es tu responsabilidad y otra vez todo el mundo espera que seas la “madre perfecta” que no falla, que no tiene miedo y que tiene que poder con todo.
Con el pretexto de que “siempre ha sido así y todas las mujeres lo han hecho solas antes” nuestro entorno espera que cumplamos nuevamente las exigencias marcadas. ¿De verdad sigue siendo necesario cargar con toda esa responsabilidad sola? Yo creo que no, con los años las mujeres han ido evolucionado en lo que se refiere a delegar acciones dentro del hogar, por ejemplo, consumiendo comida precocinada o solicitando ayuda externa con las tareas domésticas en el día a día. Por lo que recurrir a una ayuda profesional en un momento tan importante para nosotras como es el nacimiento de nuestro hijo es una decisión muy acertada y necesaria, correspondiendo a la propia evolución, a mejor, de nuestra sociedad.
Existen muchos tipos de madres diferentes: madres a partir de los 40 años, donde las dificultades para concebir y las complicaciones postparto aumentan; madres que deciden tener a sus hijos solas, siendo madres solteras sin ninguna ayuda; madres que han tenido que recurrir a la ayuda de la ciencia, y si han tenido múltiples hijos son quienes necesitarán una ayuda doble o triple; madres que han decidido formar una familia junto con su marido pero en muchos casos el trabajo de éste impide acompañarla durante el día o ayudar con el bebé durante la noche.
Podría añadir cientos de casos distintos porque cada mujer y cada postparto son diferentes, pero lo único que tenemos en común es que ninguna mujer tiene que ser una superwoman y TODAS necesitamos ayuda.